ARTISTA   

Catalina Camps

El lienzo se sumerge en un mar de betún suave, que abarca gran parte del espacio con su tono denso y profundo. Este color, oscuro y envolvente, sugiere la quietud de lo oculto, lo que permanece en las sombras, esperando ser descubierto. Es una base que respira calma y misterio, como el reflejo de lo no dicho, de lo que se encuentra en el trasfondo.
En medio de la oscuridad, los blancos rotos emergen como fragmentos de claridad, dispersos, como si lucharan por salir a la superficie. Este blanco, que ya no es puro, se desdibuja, se difumina entre las manchas que recorren el lienzo. Estas manchas, sin forma definida, aportan una sensación de desorden controlado, como si el tiempo hubiera dejado su huella de manera impredecible y orgánica.
Los cuadrados deformados, distorsionados en su geometría, se presentan como recuerdos rotos, elementos que alguna vez fueron ordenados pero que ahora se disuelven en una abstracción de lo real. La irregularidad de estas formas nos recuerda la imperfección inherente a todo proceso, la transformación constante que sufre la percepción y la memoria.
En la parte inferior del cuadro, una franja blanca se extiende, contrastando con la densidad del betún y la distorsión de los elementos. Esta franja, tan pura y serena en su simplicidad, actúa como un ancla en medio del caos, como una línea de claridad que divide, pero también equilibra. Es un respiro visual que ofrece descanso, un límite que, aunque suave, sostiene todo lo que sucede por encima de ella.
Este cuadro nos invita a reflexionar sobre los fragmentos de la realidad que nos rodean: la lucha entre lo oscuro y lo luminoso, el caos y el orden, la memoria y el olvido. La franja blanca al final nos recuerda que, incluso en el desorden, hay momentos de claridad que nos permiten hallar el equilibrio.