Geometría de lo Efímero

El lienzo se llena de cuadrados, trazos firmes que parecen organizar el caos, pero al mismo tiempo, se desvanecen en una transición constante entre el negro, el gris y el blanco. Cada cuadrado, con sus bordes definidos, parece ser un refugio de orden en un mundo que, sin embargo, se diluye. Los colores, fuertes en su individualidad, se mezclan en el difuminarse, sugiriendo que la claridad nunca es absoluta, que incluso lo más firme está sujeto a la disolución del tiempo y de la percepción.
El negro, en su densidad, aporta un peso visual, un punto de anclaje que retiene nuestra mirada. Es la sombra, lo profundo, lo que se oculta en las grietas del universo. Junto a él, el gris actúa como un intermediario, una transición entre la luz y la oscuridad, entre el vacío y el lleno, entre lo tangible y lo intangible. Este tono intermedio ofrece una sensación de inquietud, de no saber exactamente dónde termina lo claro y empieza lo oscuro.
El blanco, por su parte, emerge en su pureza y fragilidad, como la luz que se filtra entre los bordes de los cuadrados. Sin embargo, al ser difuminado entre los tonos grises y negros, pierde su nitidez, recordándonos que incluso la claridad más absoluta está sujeta a la influencia de lo que la rodea.
La fusión de estos cuadrados, en su variabilidad de tonos y difuminaciones, nos invita a reflexionar sobre la relación entre el orden y el caos, la certidumbre y la incertidumbre. Cada borde definido parece sugerir un límite, pero al mismo tiempo, cada mezcla entre los colores nos recuerda que los límites son solo ilusiones temporales. En este cuadro, el contraste y la fluidez entre los colores nos hablan de la transitoriedad de la realidad, de la imposibilidad de mantener una estructura rígida ante la constante transformación.