ARTISTA   

Catalina Camps

En el lienzo, una franja blanca atraviesa el centro, pura y silenciosa, como un río de luz que corta la neblina. Su presencia, firme y etérea a la vez, marca una división entre lo claro y lo difuso, invitando a una reflexión sobre los límites entre la claridad y la sombra. El blanco, en su forma más tranquila, no grita, sino que fluye como un espacio intermedio, un respiro dentro de la complejidad del mundo que lo rodea.
A ambos lados de esta franja blanca, los tonos grises se extienden en su amplia gama, desde los más oscuros hasta los más suaves, envolviendo la obra en una atmósfera de calma y misterio. El gris, en su ambigüedad, no se define fácilmente; es un tono de transición, de lo incierto, lo que está a medio camino entre lo conocido y lo desconocido. En su suavidad, los grises evocan una sensación de quietud, como la quietud de un paisaje cubierto por la niebla, donde las formas no son claras, pero la presencia es tangible.
El blanco roto, disperso en algunos lugares, se mezcla con los grises, suavizando los bordes, creando una sensación de continuidad, de que el color se deshace, se diluye en el aire. Es un blanco que no es absoluto, que se funde en el entorno, dando lugar a un espacio que parece respirar lentamente, como un espacio intermedio entre la oscuridad y la luz.
La franja blanca en el centro actúa como un faro en este paisaje de tonos neutros, un punto de referencia que nos recuerda que, incluso en medio de la ambigüedad, existe una línea clara, un espacio de serenidad que ofrece equilibrio. Esta obra, en su simplicidad y sutileza, habla del contraste entre lo absoluto y lo difuso, entre lo luminoso y lo sombrío, y nos invita a encontrar el equilibrio entre los matices que componen nuestra realidad.